Por: Manuel González, Director Técnico ABA
La mayoría de las personas en su desarrollo individual y familiar recurre a préstamos para cubrir necesidades de consumo o de inversión, pues de lo contrario tendrían que posponer sus planes hasta ahorrar los recursos necesarios para materializarlos.
¿Cuál debe ser el nivel de financiación prudente que una persona debería establecer como límite en relación con los ingresos que genera, de forma que no quede atrapado en una situación de dificultad para hacer frente al pago de las deudas o, en caso extremo, de insolvencia?
En primer lugar, es necesario destacar que la adquisición de bienes y servicios forma parte de decisiones que en el tiempo nos pueden comprometer con una estructura determinada de gastos que condicionará nuestra capacidad de pago, con riesgos implícitos que generalmente no se toman en consideración, como los siguientes:
-La posibilidad de pérdidas por liquidación o venta de bienes para pagar préstamos y reducir en esa forma la carga financiera por intereses y capital.
-El riesgo de variabilidad de las tasas de interés, que cuando aumenten pueden tener un efecto negativo en la capacidad de pago.
A la hora de determinar nuestra capacidad de pago no debemos partir sólo del simple ejercicio de restar a nuestros ingresos los gastos fijos. También debemos pensar en cómo puede variar nuestra capacidad de cumplir con nuestras obligaciones financieras cuando varían la tasas de interés.
Lo anterior es importante porque si lo tomamos en cuenta, estaremos en condiciones de contar con un plan de contingencia que nos evite la sorpresa de afectar nuestro historial crediticio por incumplimiento de pago o que, en el peor de los casos, perdamos los bienes producto de la inversión que hemos realizado.
En conclusión, el aumento de nuestro endeudamiento debe ser realizado con una perspectiva de futuro en un entorno sujeto a cambios.