En medio de un entorno global caracterizado por la alta incertidumbre geopolítica, migratoria y fiscal, América Latina enfrenta el desafío —y la oportunidad— de fortalecer su estabilidad financiera ante escenarios cada vez más volátiles. Así lo expuso Alexandre Tombini, representante jefe para las Américas del Banco de Pagos Internacionales (BIS), durante su intervención en el marco del III Congreso Latinoamericano de Banca Sostenible e Inclusiva, organizado por la Asociación de Bancos Múltiples de la República Dominicana (ABA) y Felaban.
Entorno global impredecible
Europa replantea sus políticas migratorias, Estados Unidos retoma negociaciones comerciales con China sin despejar del todo las tensiones arancelarias, y muchas economías avanzadas mantienen niveles de deuda persistentemente altos. En este contexto, Tombini advierte que la incertidumbre no solo frena decisiones de gasto e inversión, sino que también puede detonar ciclos de volatilidad financiera con efectos profundos en la economía real.
Para América Latina, región históricamente vulnerable a los shocks externos, el efecto puede amplificarse con la caída de remesas, la fuga de capitales o el endurecimiento de las condiciones financieras internacionales. Estos escenarios pueden impactar directamente en la estabilidad de los sistemas bancarios y financieros.
Tombini fue enfático al describir el papel de la volatilidad financiera como un catalizador de riesgo sistémico. A medida que la volatilidad aumenta, los inversionistas reducen posiciones riesgosas, lo que provoca ventas masivas de activos, deterioro del valor de las carteras y, eventualmente, efectos en cadena sobre el crédito, la inversión y el consumo.
Los bancos, enfrentados a llamados de margen y a mayores exigencias de capital, suelen reaccionar desapalancando posiciones, vendiendo activos y restringiendo el crédito. Esto puede derivar en una espiral descendente, donde el deterioro de los precios financieros impacta la economía real y viceversa.
¿Qué tan vulnerable está América Latina hoy?
La buena noticia, según Tombini, es que no se observan señales inmediatas de inestabilidad financiera en la región. A diferencia de otras épocas, América Latina llega a este periodo de incertidumbre sin excesos de crédito, con tasas de interés relativamente altas y luego de haber enfrentado la pandemia y sus consecuencias inflacionarias.
Esto ha tenido un efecto moderador: el crédito corporativo se ha estancado en muchos países, y aunque los préstamos a hogares han crecido, lo han hecho a un ritmo moderado. Las brechas de crédito —es decir, la diferencia entre el crédito actual y su tendencia de largo plazo— se mantienen por debajo del nivel de alerta en la mayoría de las grandes economías de la región.
Además, los flujos de capital hacia los países latinoamericanos han sido moderados y estables, compuestos en su mayoría por inversiones neutrales más resistentes a shocks que los tradicionales flujos de portafolio.
Sin embargo, Tombini enfatiza que la aparente calma no debe interpretarse como inmunidad. Las vulnerabilidades pueden incubarse en los buenos tiempos y manifestarse súbitamente cuando cambia el entorno. El crecimiento acelerado del crédito, por ejemplo, suele ser un mejor predictor de crisis financieras que el nivel de deuda o los precios de los activos.
Otro punto citado durante su participación fue la velocidad de las corridas bancarias en la era digital. Episodios recientes como el de Silicon Valley Bank muestran que los retiros masivos ya no requieren filas frente a una ventanilla: basta con una aplicación móvil para movilizar millones en minutos, un riesgo latente para cualquier sistema financiero.
¿Qué deben hacer los reguladores?
El llamado de Tombini es claro: no bajar la guardia. La región necesita fortalecer sus capacidades de supervisión, construir colchones de capital y estar preparada para actuar con rapidez ante eventos extremos. Además, sugiere una revisión de los modelos de gestión de riesgo, muchos de los cuales subestiman la posibilidad de eventos extremos debido a su enfoque en datos históricos que no capturan la verdadera exposición al riesgo.
También es crucial mejorar la educación financiera, promover mercados de capital más profundos y avanzar en estrategias de diversificación, tanto de monedas como de instrumentos de inversión. El papel dominante del dólar podría debilitarse en el mediano plazo, y América Latina tiene la posibilidad de aprovechar esa transición como una oportunidad para fortalecer sus mercados internos.
En este contexto, el III Congreso Latinoamericano de Banca Sostenible e Inclusiva se posiciona como un espacio clave para el análisis y la acción. A celebrarse los días 14 y 15 de mayo en el Renaissance Santo Domingo Jaragua Hotel & Casino, el evento reúne a ejecutivos bancarios, líderes empresariales, autoridades regulatorias, expertos en sostenibilidad y tecnología, así como a representantes de entidades financieras internacionales, con el objetivo de trazar rutas conjuntas hacia una banca más resiliente, inclusiva y alineada con los desafíos globales.