Cuando ocurre algún desbarajuste económico se sufren sus consecuencias, pero queda el consuelo de que se aprende la lección para evitar vuelva a suceder.
La crisis financiera mundial, cuyos efectos continúan vigentes, comenzó en los EE.UU. por préstamos hipotecarios que los bancos, en su afán por colocar los vastos fondos que tenían disponibles, otorgaron alegremente, sin rigor en sus evaluaciones crediticias. Muchos bancos colapsaron y agotaron el seguro federal de depósitos. Inversionistas perdieron su dinero y prestatarios perdieron sus viviendas.
Los que no perdieron fueron los depositantes y los inversionistas en valores de los grandes bancos. No se podía permitir, se alegó, que esos bancos cayeran, porque eso haría derrumbar el sistema financiero mundial. Había, por lo tanto, que rescatarlos, con fondos públicos extraordinarios.
Pero, como lección aprendida, se legisló para impedir que hubiera bancos “demasiado grandes para caer”. Sin embargo, de los cuatro mayores bancos estadounidenses – Bank of America, JPMorgan Chase, Citigroup y Wells Fargo – tres son ahora más grandes que lo que eran en el 2007, justo antes de la crisis, hecho que resalta la agencia Bloomberg en un informe.
Parte de su crecimiento se debe, por supuesto, a que absorbieron otros bancos. Pero otra parte obedece a la gran cantidad de recursos puestos a su disposición por la Reserva Federal, sin que se haya actuado sobre las propuestas para segmentar sus operaciones y volver al esquema en que la banca comercial, la de inversión y los seguros no podían estar bajo un mismo techo.
La preocupación ahora es el desempleo, el crecimiento económico y el déficit fiscal. No tiene lógica, se señala, fragmentar los bancos y reducir su capacidad de competir con bancos extranjeros, cuando lo que se necesita es que contribuyan a reactivar la economía.
Lo mismo se dice en Europa, respecto de los bancos europeos.
Artículo del Sr. Gustavo Volmar, publicado en el periódico Diario Libre, en la columna “Global y Variable”. Jueves 07 de febrero de 2013.